Las relaciones entre las personas van cambiando a lo largo del tiempo. Si preguntás en tu familia cómo era antes salir con alguien o estar en pareja y lo comparás a cómo lo hacemos hoy, seguramente sea muy distinto. A lo largo de la historia suceden cambios culturales y sociales, que hacen que las comunidades vayan estableciendo parámetros de lo que está bien y lo que no, lo permitido y lo no permitido en las relaciones afectivas.
De eso hablamos cuando hablamos de género: de un conjunto de normas, creencias y valores que contemplan las formas de ser varones o mujeres en un tiempo histórico y en una cultura particular. Esto forma parte de nuestra identidad, de nuestra forma de relacionarnos entre sí y de lo que esperamos de las otras personas.
Así es como los grupos sociales, la familia, la escuela o los medios de comunicación, van definiendo qué se espera de una mujer y qué se espera de un varón. Mientras que a las chicas se las educa para ser lindas, dependientes, maternales, sensibles y sumisas, a los chicos se les educa para ser viriles, agresivos, mostrar fortaleza, competencia, valentía e ingenio. Es en esta división que se conforman los estereotipos de género, que a su vez sirven de base para la construcción de las conductas machistas. Estas son acciones y actitudes cotidianas, muchas veces invisibles y naturalizadas, que se ven en la forma de relacionarnos entre varones y mujeres, y que afectan la autonomía, libertad y los derechos de las mujeres, lesbianas, travestis y trans.
Desde la infancia nos contaron cuentos románticos de príncipes y princesas, y en la adolescencia vimos historias románticas en novelas y series de televisión. Estosrelatos fueron creando expectativas y marcando estereotipos de cómo deberían ser nuestras relaciones amorosas. Se representaban mandatos donde el amor lo “justifica todo”, incluso conductas que nos lastimaran. El “amor romántico” es un tipo de vínculo idealizado, monogámico y eterno, que perpetúa el modelo binario del deber ser de una mujer y un varón.
Pero existen otras formas de vincularnos y construir relaciones afectivas, vínculos basados en el respeto, la libertad y la confianza, que cuestionan los mitos del “amor romántico”.
Cuando las relaciones son igualitarias desde ambas partes podemos actuar tal cual somos, hay confianza en el vínculo y reciprocidad. Esto quiere decir que:
• Es un espacio de placer y de goce, donde hay apoyo mutuo y lugar para el crecimiento personal.
• El acompañarse es voluntario y no involucra sacrificio ni renunciar a la autonomía.
• Existe igualdad de derechos y obligaciones.
• Se respetan las opiniones y hay posibilidad de hablar abiertamente de los sentimientos, creencias y valores.
• Se puede disentir, no estar de acuerdo, y eso no afecta a la relación.
• Hay consentimiento, acuerdos y consensos en la manera de experimentar la actividad sexual.
• Es un espacio de seguridad y respeto por la diferencia. A esto llamamos libertad.
• ¿Qué significa el consentimiento?
Hablamos de consentimiento en las relaciones afectivas cuando lxs implicadxs pueden expresar si acceden o no a realizar determinadas acciones, como por ejemplo tener prácticas sexuales, en qué momento y de qué manera o qué método de cuidado se quiere usar. Dar consentimiento significa poder decir Sí o No y debe darse libremente cuando cada unx quiera, sin sentir obligación ni hacerlo para evitar conflictos. El consentimiento es además reversible, es decir que aunque hayamos aceptado a realizar algo en un momento, podemos cambiar de opinión si así lo deseamos.
Se trata de mantener un acuerdo dentro del vínculo, un consenso donde se puede elegir entre ambas partes lo que queremos hacer, de manera activa, sin que una persona esté o se sienta conducida o forzada a cumplir el deseo de la otra. El diálogo es importante para lograr consentimiento, debemos preguntar y no presuponer que hay acciones implícitas dentro de una relación sexo afectiva. Consensuar y pedir consentimiento para cualquier práctica, y en cada ocasión, contribuye a la construcción de un vínculo responsable y sin violencias.
• Responsabilidad afectiva
Generar nuevas formas de vincularnos afectivamente implica ejercer también una responsabilidad afectiva, es decir, tener en cuenta las consecuencias de las acciones propias en el otrx. Este tipo de responsabilidad contribuye a construir relaciones más igualitarias, sobre todo en relaciones heterosexuales donde los roles de género determinan contextos más desiguales.
La responsabilidad afectiva contempla una ética de cuidado, respeto y empatía recíprocos. Se trata de correrse de una lógica individual de lo que nos importa, para empezar a cuidarnos a nosotrxs mismxs y también a lxs otrxs
La responsabilidad afectiva contempla:
• El consentimiento.
• La honestidad con unx mismx y lxs demás.
• El cuidado de las emociones. Para ello es importante cuidar y entender nuestras emociones y las de la persona con quien formamos un vínculo.
• Compartir abiertamente.
• La comunicación activa y la posibilidad de realizar acuerdos.
• La empatía.
• El respeto mutuo.